De París a Constantinopla (ahora Estambul) el Oriente Express llegó a ser sinónimo de lujo, romance e intriga. Su lista de pasajeros estaba repleta de ricos y famosos, y cientos de personas deseaban viajar en "el Tren de los Reyes y el Rey de los Trenes"
Nace el Orient Express
La tarde del 4 de octubre de 1883, los parisinos acudieron en bandada a la estación de Estrasburgo para ver la última maravilla del transporte terrestre. Allí, detrás de abrigados dignatarios y mozos ataviados con terciopelo, se vislumbraba la locomotora Est 2-4-0, Nº 505, jadeando suavemente al frente del tren más lujoso que se había visto en Europa. El Orient Espress estaba a punto de iniciar su viaje inaugural a Constantinopla.
"La alfombra mágica hacia Oriente", como la había descrito un periódico, no era un convoy largo: dos coches cama de 20 cabinas con literas, cabinas que durante el día se convertían en salones, y un coche restaurante que estaba situado entre el furgón del personal del tren y el furgón de equipajes. Pero en este tren lo importante no era la cantidad, sino la calidad.
Allí todo era del más alto nivel. Las paredes de los coches estaban panelas con madera de teca, nogal y caoba. La suave piel de la tapicería estaba repujada en oro, las sábanas eran de seda; los sanitarios, de mármol; las copas, de cristal y la cubertería, de plata. Los coches tenían gruesas alfombras, estaban magníficamente aislados y dotados de iluminación a gas, calefacción central y agua caliente.
Todo era incomparablemente espléndido, tal y como lo había proyectado Georges Nagelmackers, hijo de un financiero belga, visitó Estados Unidos en 1869 y quedó altamente impresionado por el trabajo del pionero norteamericano del ferrocarril, George Mortimer Pullman. Con la construcción de coches con asientos transformables en literas, Pullman había revolucionado el transporte ferroviario americano.
Nagelmackers, volvió a casa con el sueño de poner en marcha un servicio transcontinental por Europa, un servicio que, además, fuera incomparablemente lujoso. Formó su propia empresa ferroviaria, La Compagnie Internationale des Wagons-Lits, y un 4 de octubre de 1883 su sueño se hizo realidad cuando el Orient Express partió humeante de París.
El Recorrido
El tren partió hacia el este a toda máquina, cruzando Estrasburgo, Viena y Budapest, siendo recibido en las estaciones de su recorrido con bandas de música y comités de recepción locales. En Sinaia, en las montañas que hay más allá de Bucarest, el rey rumano invitó a los pasajeros a su nuevo palacio de verano. Instalados de nuevo cómodamente en el tren, viajaron toda la noche hasta el río Danubio. Aún tenían que pasar seis años para que hubiera las suficientes vías y puentes que permitieran ir directamente de París a Constantinopla, de modo que Nagelmackers y sus amigos tuvieron que cruzar, hasta el lado búlgaro, el río en ferry. Desde allí, los ferrocarriles austriacos les llevaron hasta el puerto de Varna, en el mar Negro, donde un barco les condujo a la capital otomana. Con la apertura de una ruta ferroviaria directa hasta el Bósforo, los viajeros del Orient Express podían pasar los tres días que duraba el viaje de 2.900 kilómetros hasta Constantinopla rodeados de un lujo ininterrumpido. En 1905, a la muerte de Nagelmackers, el Orient Express estaba en pleno auge. Después, en 1906, con la apertura del túnel Simplon que une Suiza e Italia, surgió un nuevo y lujoso tren, el Simplon, de París a Venecia a través de Lausana y Milán.
Tras la I Guerra Mundial, se decidió ampliar la ruta hasta Constantinopla y entró en servicio otro gran tren expreso, el Simplon Express.
En Europa, tuvo lugar en los años de posguerra un gran resurgimiento de los viajes, y, por consiguiente, la Compagnie Internationale floreció. Efectivamente, los años 20 y 30 contemplaron el apogeo de los, desde aquél entonces, trenes legendarios.
Lista de pasajeros de la realeza
La lista de pasajeros del Orient Express estaba repleta de títulos nobiliarios. Desde el principio, el tren había atraído a una clientela de la alta esfera social. Uno de sus más grandes partidarios había sido el rey Leopoldo de Bélgica, a quien le sedujo la idea de viajar gratis con una de sus muchas amantes a bordo de un coche cama de lujo.
Enseguida, monarcas, príncipes y sultanes se dejaron conducir a través de Europa en los suntuosos coches de Nagelmackers.
Uno de los personajes que viajaban regularmente en el Orient Express era el rey Boris de Bulgaria. El rey, un ávido aunque inconstante maquinista aficionado de locomotoras de vapor, solía insistir en llevar el mismo el tren cuando éste entraba en su territorio, conduciéndolo a la máxima potencia. En una ocasión, atizó tanto el fuego que entró una llamarada en la cabina, se prendió en la ropa del maquinista y le causó graves quemaduras. (En una visita a Inglaterra se permitió que Boris condujera el Royal Scott de Euston a Crewe, pero bajo la atenta supervisión de un inspector de locomotoras.)
La realeza no era la única atracción; había también señoras de vida alegre, jefes de estado, diplomáticos, contrabandistas, agentes secretos, traficantes de armas, vividores, marajás, magnates de las finanzas, altos cargos militares..., la lista era interminable.
El aura de misterio e intriga que envolvía al Orient Express atraía a los escritores como la miel a las moscas. Entre los muchos escritores que narraron el encanto del legendario tren se encuentran Eric Ambler, Lawrence Durell, Agatha Christie y Graham Greene, mientras que James Bond y Hércules Poirot son muchos de los personajes que experimentaron la emoción de viajar en él.
El Orient Express ha tenido una vida más larga en la ficción que en la realidad. Su momento decisivo fue la II Guerra Mundial, la cual acabó con los ferrocarriles europeos y causó graves daños al material rodante de la Compagnie Internationale. Sin embargo, en noviembre de 1945 se volvió a abrir la ruta París-Estambul, ciudad ésta que cambió el nombre de Constantinopla en 1930.
Pero los tiempos eran otros. Con la llegada de la guerra fría a Europa, los controles fronterizos se hicieron cada vez más lentos y tediosos. En aquél entonces era probable que los viajeros, en vez de encanto y emoción, encontraran hostilidad y sospecha.
El ambiente selectivo también decayó. A fin de competir con la creciente popularidad de los viajes en avión, se introdujeron medidas de recortes presupuestarios: muchos de los coches cama fuerton reemplazados por coches estándar y se retiraron los coches directos y los coches restaurante.
Pero, aún así, el Orient Express agonizaba, aunque hasta 1977 no hizo su último viaje. Sin embargo, no era nada fácil acabar con la creación de Nagelmackers; a finales de ese mismo año, el material rodante se presentó a subasta y entre los compradores se encontraba un magnate americano llamado James Sherwood.
Muy pronto, bajo la dirección de Sherwood, se renovaron unos cuantos coches y se recreó el tren dando lugar al Venice Simplon Orient Express. En 1982, casi un siglo después de que el expreso de Nagelmackers hiciera su viaje inaugural, esos coches fueron nuevamente el no va más en cuanto a lujo ferroviario, y devinieron en una atracción turística entre Londres y Venecia.
Arcángeles furiosos
En sus 80 años de historia el Orient Express sufrió unos cuantos percances. El peor de ellos ocurrió en 1931, al estallar una bomba cuando cruzaba un viaducto cerca de Budapest. El artefacto arrojó la locomotora y nueve coches a un barranco, y hubo 140 víctimas, 20 de ellas mortales. Al ser arrestado el hombre que colocó la bomba declaró que los arcángeles le habían ordenado que lo hiciera "para castigar a los ateos que viajaban en trenes lujosos".
Vista para privilegiados
En el período entre guerras, el Orient Express amplió su oferta incluyendo coches de segunda y tercera clase. Estos coches camas más económicos tenían gran demanda, pero había privilegios. Al pasar por Salónica, los revisores bajaban las persianas de los coches de segunda y tercera clase para impedir que sus ocupantes vieran a las chicas del lugar bañándose desnudas en los ríos, un privilegio para la vista reservado sólo para los que pagaban la tarifa cara.
Fuente: El Mundo de los Trenes - Ediciones del Prado S.A. 1997 - Madrid (España)
En el período entre guerras, el Orient Express amplió su oferta incluyendo coches de segunda y tercera clase. Estos coches camas más económicos tenían gran demanda, pero había privilegios. Al pasar por Salónica, los revisores bajaban las persianas de los coches de segunda y tercera clase para impedir que sus ocupantes vieran a las chicas del lugar bañándose desnudas en los ríos, un privilegio para la vista reservado sólo para los que pagaban la tarifa cara.
Fuente: El Mundo de los Trenes - Ediciones del Prado S.A. 1997 - Madrid (España)
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