Tan pronto como los ferrocarriles se convirtieron en un factor decisivo para la guerra se constituyeron también en un blanco para el enemigo. Cargas de caballería, ataques de artillería, bombardeos aéreos: todo se ha empleado en el intento de destruirlos. Pero peores eran la cautela y astucia de los saboteadores.
Fue en la guerra de Secesión americana (1861- 65) donde se estableció plenamente el valor estratégico del ferrocarril. Cada bando pretendía destruir las líneas, locomotoras y material remolcado del otro; los ataques contra estos blancos se convirtieron en algo cotidiano en el conflicto.
Lo que llegaría a conocerse como la “gran caza de la locomotora", en la que un puñado de soldados federales (nordistas) secuestraron un tren confederado (sudista) y se dirigieron hacia el norte con la intención de destruir todos los puentes enemigos a su paso, fue la incursión ferroviaria más espectacular de la guerra, pero no la única. En los albores del conflicto, el general confederado Stonewall Jackson logró capturar casi 60 locomotoras y 350 vagones del Baltimore & Ohio Railroad: destruyó parte y se llevó consigo el resto.
En el otro bando, el general William Sherman, en su marcha a través de Georgia, tuvo como principal objetivo la destrucción de los enlaces ferroviarios confederados. Sus hombres levantaban las vías, hacían hogueras con las traviesas y calentaban y deformaban los carriles, dejándolos inservibles.
En la guerra francoprusiana (1870-72), los prusianos pasaron a depender cada vez más de sus líneas férreas de abastecimiento a medida que se adentraban en Francia. La velocidad y eficacia de esta incursión espolearon a los civiles franceses a realizar actos de sabotaje. Los guerrilleros, conocidos como francs-tireurs, perfeccionaron una técnica de descarrilamiento: enterraban una gran carga de pólvora bajo las vías y, como detonador, colocaban una bomba con la espoleta en contacto con la cara inferior del carril. A su paso, la locomotora oprimía éste y hacía saltar por los aires un tramo entero de vía.
Una de las empresas de este género que más éxito tuvo fue la acometida en octubre de 1870, cuando volaron un tren de 40 coches que transportaba a unos 400 soldados prusianos. Cayó por un terraplén, después de lo cual los 75 francs-tireurs emboscados allí abrieron fuego contra sus desgraciados enemigos.
Los prusianos consideraban esta clase de acciones como terroristas, y respondieron con otro terrorismo de cosecha propia. Arrestaron a una serie de destacados ciudadanos franceses y los colocaron de uno en uno en el morro de las locomotoras destinadas a atravesar zonas potencialmente peligrosas. Ninguno de los rehenes sufrió el menor daño, pero no está claro si se debió a que los saboteadores no estaban dispuestos a arriesgar las vidas de sus conciudadanos o a que su método era menos efectivo de lo que pretendían.
Descarrilamientos en el desierto
En la Primera Guerra Mundial, el principal escenario para los saboteadores de trenes fue Oriente Próximo. Los ferrocarriles eran vitales aquí tanto para los británicos como para los turcos, aliados de Alemania, así que cada bando se esforzaba en bombardear las líneas férreas enemigas, aunque con escaso éxito. Fueron el Coronel T. E. Lawrence -Lawrence de Arabia- y sus tropas irregulares indígenas quienes causaron los mayores daños empleando cargas de explosivos. Fueron responsables de muchos descarrilamientos: el Fledjaz Raüway, al sur de Ma'an -en lo que hoy es Jordania-, quedó tan dañado que hubo que cerrarlo. Así permaneció hasta finales de los años cincuenta.
Sin embargo,
fue en la Europa ocupada durante la Segunda Guerra Mundial donde el sabotaje ferroviario
se llevó a cabo a mayor escala. La campaña de Hitler en el Frente Oriental
(Rusia) dependía en su mayor parte del transporte ferroviario, dada la mala
calidad de las carreteras. Así pues, los trenes eran un objetivo primario para
los partisanos rusos; hubo momentos en los que el cese de suministros tuvo un
efecto crítico en las operaciones alemanas. Se dice que los retrasos en el
abastecimiento de anticongelante para los carros de combate fueron en parte la
causa del fracaso para conquistar Moscú en 1941.
Los mejores
puntos para este tipo de ataques eran las líneas de montaña en territorios
escasamente poblados, de modo que Yugoslavia y Grecia se convirtieron en
escenario de espectaculares acciones de la Resistencia. En septiembre de 1942,
la voladura de tres viaductos de montaña griegos probablemente constituyó el
clímax del sabotaje ferroviario. Sin embargo, a pesar de su osadía y de la
meticulosa planificación, estas hazañas tuvieron un efecto relativamente
pequeño en el desarrollo de la contienda.
La especialidad francesa
La estrategia
requería no sólo destruir instalaciones ferroviarias, sino hacerlo en el
momento en que fueran más necesarias para el enemigo. Este defecto fue
ampliamente superado en la Francia ocupada, donde el sabotaje ferroviario
alcanzó unas dimensiones sin precedentes ni antes ni después. Los principales
actores eran empleados de los ferrocarriles franceses, SNCF. Al principio, los
intentos de sabotaje eran esporádicos y les faltaba coordinación, constituyendo
poco más que ataques individuales contra el invasor.
Un método
elemental empleado durante toda la ocupación fue el intercambio de las
etiquetas de los vagones, de forma que las mercancías se enviaran a destinos
equivocados. Una variante del mismo era colocar letreros con la inscripción
“fuera de servicio” en vehículos que contuvieran suministros urgentes para los
alemanes; de este modo, los vehículos eran enviados al taller o desviados a
apartaderos, donde podían permanecer semanas enteras antes de que averiguasen
lo sucedido.
A medida que
la Resistencia -que incluía entre sus filas a un número desproporcionado de
ferroviarios- se organizaba mejor, transformó el simple entorpecimiento del
servicio de ferrocarriles en una campaña a largo plazo bien calculada. El sabotaje
adoptó dos formas principales: ataques a campo abierto, en túneles, puentes y
vías, y desbaratamiento y destrucción de instalaciones ferroviarias tales
como depósitos de locomotoras y estaciones de clasificación.
Los ataques a
campo abierto eran realizados fundamentalmente por los Maquis, que eran especialistas
en la guerra de guerrillas antes que miembros de la Resistencia convencional.
Su especialidad era los descarrilamientos. Los miembros de la Resistencia
pertenecientes a SNCF -eran conocidos simplemente como cheminots, y su
movimiento Résistance-Fer- informaban de los movimientos importantes de trenes
al maquis, que actuaba en consecuencia. El método usual era quitar un segmento
de carril o colocar explosivos en la vía. En cualquier caso, los efectos eran
catastróficos.
Colisión frontal
En una
ocasión, se voló la vía justo cuando pasaba un tren de transporte de tropas
alemanas: hubo más de 200 soldados muertos, 400 heridos y toneladas de armas
destruidas. En otra ocasión, un grupo de maquis manipuló los cambios de agujas
en la línea París-Lille, ocasionando una colisión frontal que mató a casi 200
soldados de las odiadas SS.
Además, si se
escogía con cuidado el lugar del ataque, la línea quedaba bloqueada durante
días. En 1943, por ejemplo, el servicio en la vital ruta Besancon-Belfort
estuvo interrumpido durante 80 horas, tras el descarrilamiento de un convoy de
suministros alemán.
Los
cheminots, con sus conocimientos especializados, causaron estragos a su manera
en el trabajo. Un método notablemente eficaz era lanzar las locomotoras contra
la plataforma giratoria de cambio; si ésta se averiaba, todas las locomotoras
del depósito quedaban inmovilizadas.
En junio de
1944, con el desembarco aliado en Normandía, los cheminots y maquis se
emplearon a fondo; la red ferroviaria francesa, sometida a los bombardeos
aéreos aliados y los ataques de la Resistencia, se desmoronó. El 7 de junio,
sólo un día después del día “D”, 180 trenes fueron descarrilados y 500 líneas
férreas cortadas.
En algunos
lugares, la Resistencia voló locomotoras en los propios depósitos, aun cuando
se tratara de una tarea ardua dado el grado de vigilancia al que estaban
sometidas estas instalaciones. En Amberieu, el día “D” quedaron fuera de
servicio por este método 52 máquinas; el objeto era impedir o estorbar el
traslado de tropas alemanas desde Italia a Normandía. La operación de Amberieu
fue la más espectacular en su género, y supuso la participación de maquis
armados para reducir a los centinelas.
Víctimas de la contienda
En total, la
Resistencia realizó unos 6.000 actos de sabotaje ferroviario y ocasionó unos
1.400 descarrilamientos. Tanto éxito tuvo la campaña que se la llegó a conocer
como la “Bataille du Rail". Lo cierto es que los ferrocarriles fueron un
verdadero campo de batalla, y el precio pagado, alto. Unos 800 ferroviarios
fueron tiroteados y más de 1.100 murieron en campos de concentración. Además,
centenares de civiles franceses que no tenían nada que ver con el ferrocarril
murieron por las represalias alemanas.
La peor
atrocidad ocurrió en Ascq, en el norte de Francia, justo antes de la invasión
aliada. Una noche se hizo descarrilar un tren que transportaba parte de una
división de Panzers alemanes de las SS, después de lo cual el oficial al mando
mató de un tiro al jefe de estación. Sus soldados entraron entonces en la
población, abrieron a patadas las puertas de las casas y sacaron a la calle a
cuantos varones pudieron encontrar. Mataron a 86 antes de que la policía
militar pusiera fin a la masacre. En la posguerra, la táctica de guerrillas ha
afectado a menudo al ferrocarril. En la insurrección malaya contra los
británicos a fines de los años cuarenta, era frecuente descarrilar trenes
mediante cargas explosivas. Durante el largo conflicto de Vietnam, las líneas
fueron boicoteadas sistemáticamente por los comunistas. En Angola, el Benguela
Railway fue puesto fuera de servicio por la guerrilla.
La tradición
del sabotaje ferroviario aún sigue viva. El IRA ha colocado bombas de cuando en
cuando en líneas férreas de Inglaterra e Irlanda, aunque estuviera más
interesado en conseguir publicidad que en destruir. En el Cáucaso, donde las
partes constitutivas de la antigua Unión Soviética se han visto envueltas en
cruentos conflictos, el bloqueo de líneas vitales ha sido muy común.
Sin embargo,
es evidente una cierta falta de experiencia, ya que las explosiones muchas
veces se producen en los trenes en lugar de en las vías. Tal vez sea un método
de sabotaje más sencillo, pero de este modo es poco probable que la línea quede
bloqueada durante más de una hora o dos. Al parecer, las explosiones a bordo se
están haciendo más frecuentes, si bien la mayoría de ellas es provocada por
hombres jóvenes que matan el tiempo en los viajes largos jugando con granadas
de mano.
Múltiples tropiezos
La Resistencia francesa alcanzó un notable éxito en junio de 1944 al impedir el paso de un convoy con 1.500 soldados alemanes que se dirigían a Normandía para hacer frente al desembarco aliado. Debido a un tren de municiones saboteado en el camino, el de tropas fue desviado por una línea de mercancías. Pero el grupo de la Resistencia local, advertido de su llegada, atrancó el espadín de una aguja con una piedra, con lo que el tren descarriló durante la noche. Fue reencarrilado de nuevo y retrocedió por la vía hacia el empalme, donde permaneció varios días hasta que el alcalde de la localidad se quejó al jefe de estación de que los hambrientos soldados estaban saqueando las preciosas reservas de alimentos.
El tren se puso en camino de nuevo, pero un sacerdote local que lideraba otro grupo de la Resistencia dispuso que volviera a descarrilar. Llegó a su destino al cabo de 25 días; su velocidad media en el viaje fue de 2 km diarios durante las últimas dos semanas.
Desórdenes en
tiempo de paz
El sabotaje
ferroviario no sólo ocurre en la guerra. Durante la huelga general de 1926, el
Flying Scotsman descarriló cerca de Cramlington, Northumberland, después de que
los huelguistas aflojaran uno de los carriles. Los disturbios laborales
franceses de fines de los cuarenta también fueron acompañados por incidentes de
este tipo.
En los años
sesenta, el Florida East Coast estadounidense estuvo expuesto a ser dinamitado
durante un conflicto con huelguistas del sindicato de ferroviarios. Los
huelguistas prolongaron su campaña durante 13 años, durante los cuales
dinamitaron varios trenes, aunque afortunadamente todos estaban desocupados.
Después de la voladura de dos trenes durante una visita a Florida del
presidente Johnson, el FBI intervino y puso fin a los actos de sabotaje.
Fuente: El Mundo de los Trenes - Ediciones del Prado S.A. 1997 - Madrid (España)
No hay comentarios:
Publicar un comentario